domingo, 29 de enero de 2017

La barbarie

Leo "La barbarie" el libro que Alberto Vázquez-Figueroa ha escrito novelando lo que ha sucedido desde que hace 19 años patentó un sistema integral de desalar agua de mar. Así, en el Epílogo, aportando la documentación oficial nos muestra todos los datos reales de su proyecto, cómo de acuerdo con Tragsa -y con un valor de 200 millones de pesetas- se realizaron los estudios que demostraron su eficacia, cómo la comunidad europea le concedió de antemano 1.000 millones más, cómo Edmund Rothschild (cuyo abuelo, Theodor Kerzl buscaba asentamientos para refugiados) se reunió con él para interesarse por sus ideas, cómo el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero invirtió millón y medio de euros, cómo en 2006 Cristina Narbona ordenó archivar los estudios (la entonces ministra de agricultura utilizó la disculpa de que, con ese sistema, se podían electrocutar las gaviotas) y cómo ha sido objeto de una persecución de la Agencia Tributaria al denunciar el escándalo del gobierno socialista. De nuevo con ese léxico claro e incisivo e introduciendo dos pequeñas subtramas acerca del sufrimiento de los niños en los conflictos armados y de la financiación del terrorismo islamico por algunos judios, el escritor retoma -y arrastra- temas de sus dos libros anteriores (como son, el problema de la venta de armas, la industria del cine, el negocio de las farmacéuticas, la llegada de inmigrantes, la fabricación de filtros de cigarrillo con aguas contaminadas por arsénico y el minusubmarino teledirigido Serviola-SB) y de la mano de los mismos personajes, sin que llegue a entender por qué gente tan poderosa habla tan mal. Con el paso de los años, siento cómo el autor, cada vez más, descuida la trama, los personajes (no me gusta el personaje femenino que no deja de decir majaderías, insensateces, payasadas y sandeces) y el lenguaje (por ejemplo, en la página 132 dice: "No era cierto, pero lo cierto era que, siendo falso, dejaba en entredicho las medidas de seguridad de la mezquita".), inserta citas y lemas sin referencias bibliográficas ni temporales y sin entrecomillado (lo cual dificulta su lectura) y coloca algunos hechos de difícil comprensión (no entiendo cómo alguién, sin haber sido parte en un atentado, puede guardar 25 años las ropas ensangrentadas que recogió). Mucho batiburrillo en esta novela de denuncia, nada de intriga, mal nudo y pobre cierre. De 2.